El ruido del alma

domingo, 28 de junio de 2009

Ira.

Es fácil definir: el ruido del alma.

Ira. El irritante invisible del corazón.

Ira. El despiadado invasor del silencio.

Cuanto más fuerte se hace, más nos desesperamos.

Algunos estarán pensando: No tienes idea de lo difícil que ha sido mi vida. Y tienes razón, no la tengo.

Pero sí tengo una idea muy clara de lo desdichado que será tu futuro a menos que logres dominar tu ira.

Toma una radiografía del mundo del vengativo y contemplarás un tumor de amargura: negro, amenazante, maligno. Carcinoma del espíritu.

Sus fibras fatales trepan alrededor del corazón y lo destruyen.

El ayer no lo puedes alterar, pero tu reacción ante el ayer sí.

El pasado no lo puedes cambiar, pero tu reacción a tu pasado sí.
Lucado, M., & Gibbs, T. A. (2001). Promesas inspiradoras de Dios (Page 63). Nashville, TN: Caribe-Betania Editores.

Nunca dejes que el ruido del alma te impida disfrutar del silencio del espíritu. Es en el silencio de la quietud espiritual cuando podemos escuchar la susurrante voz del Maestro. Sòlo se escucha cuando ya hemos desterrado el ruido del alma...La Ira.

Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni dèis lugar al diablo. Efesios 4.26-27

Mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.
Santiago 1:19-20.






Obrando bien

Esperé y esperé, y Morgan nunca regresó.

Los ojos de Will se llenaron de lágrimas. Estas brotaron y rodaron por sus mejillas, mientras entre sollozos contaba la historia a su padre. Ya él se sentía como un "adulto" de cuatro años, no quería llorar, pero no pudo contenerse.

-Está bien que llores, Will -respondió su padre-. Cuéntame que ocurrió.

Con un gran supiro, Will continuó:

- Sé que no debo pasar al fondo del edificio. Morgan jugaba conmigo. Él dijo que quería ir a la piscina y que regresaría. Esperé y esperé, pero nunca regresó a jugar conmigo.

Con un latigazo en su pecho, el padre de Will se arrodilló y le tomó en sus brazos. Mientras Will se desahogaba contra su pecho, el llanto aminoraba y su padre dijo:

-Will, estoy orgulloso de ti. Cuando estamos juntos me obedeces, eso me hace feliz; pero nada se compara al bienestar que experimento si haces lo correcto incluso si estoy ausente. Gracias. Te amo mucho, mi pequeño hombrecito.

Las lágrimas pronto se enjugaron y Will continuó su juego. Su herido corazón percibió un bálsamo; las cosas estuvieron mejor por causa del amor y la seguridad que recibió de su padre. De hecho, él irradió felicidad cuando su progenitor se enorgulleció de él.

Dios el Padre es comparable a eso. Él se conmueve por el dolor que sus hijos se causan entre sí y su corazón rebosa de gozo cuando obedecemos simplemente porque es lo correcto.

Mateo 3:17
Este es mi Hijo amado en quien me he complacido.